El río Tajo entra en el término de Morillejo por encima de los 750 metros de altitud sobre el nivel del mar, con aguas cristalinas y frías, y discurre más de 6 kilometros y medio por la linde norte y noroeste de su demarcación. Desciende suavemente en parte por que la pendiente no es muy pronunciada y en parte por el azud que ralentiza la corriente. Su lecho circula entre laderas de fuerte pendiente en buena parte del recorrido, dejando desniveles en algunos casos de más de 150 metros, y dejando preciosas cornisas de areniscas y calizas escavadas durante miles de años. Al abrigo de estos cortados, y a pesar de ser tierras frías, se esconden, sin embargo, parajes resguardados que ofrecen un medio climático más halagüeño en un entorno mediterráneo continental. Las precipitaciones oscilan entre los 500 y los 800 mm al año, y las temperaturas oscilan entre los 3º C de media en enero y los 20º C en julio y agosto, registrándose mínimas por debajo de los -15º C en pleno invierno, con más de 100 días de helada al año.
El verde intenso de los pinos negrales, se alterna con el plateado de las carrascas, los verdes claros del roble que tornan a amarillo en el otoño, y los verdes más alegres del quejigo, de los chopos y sauces en lugares más frescos. Las laderas de los cerros se pueblan de enebros, el mítico boj y la gayuba, o la rica variedad de plantas aromáticas que cubren esta tierra austera, reservando las zonas más desprotegidas y áridas para las recias sabinas. Este tapiz multicolor, imposible de ignorar por el visitante, se incrusta en la sobriedad de los cortados y farallones. Mientras, surcan el cielo buitres leonados, raramente un majestuoso águila real o el veloz halcón peregrino, alguna pareja de culebreras, y frecuentes milanos reales y el pequeño cernícalo. Por la noche no es raro escuchar algún búho real, mochuelos y más confiados los autillos que a veces anidan cerca del pueblo.